Milagros Socorro El Nacional 22-06-2006 Ver Articulo Completo
Arnoldo José Martínez Romero y su padre, Arnoldo
Martínez, se encontraron por casualidad el jueves pasado en una ferretería en
Machiques de Perijá, donde ambos residen.
Era alrededor de las 4:00
de la tarde.
Estaban conversando cuando comenzó a sonar el radio que Arnoldo José lleva
siempre para mantenerse comunicado con la finca de la familia, La Frontera. El
encargado de la hacienda le dijo que su hermano Luis Elías acababa de ser
emboscado por ocho miembros de la “gente del monte” y que estaba muy malherido.
Arnoldo José le dijo a su padre que se fuera al hospital de Machiques para
solicitar un apoyo médico –que, por cierto, fue concedido rápidamente– y él se
fue al Destacamento 36 de la Guardia Nacional para pedir custodia para la
ambulancia y para él, e irse inmediatamente a la finca.
Sin esperar a que se le
diera permiso de acceso, ingresó en el patio del comando. Corrió hacia el
primer efectivo con que topó y le planteó lo que estaba ocurriendo. El soldado
lo remitió a un subteniente y éste comenzó a hacerle preguntas del tipo dígame
su nombre, déme su número de cédula.
Arnoldo José,
desesperado, le rogó que no lo retardaran con indagaciones burocráticas que
bien podría responder más tarde. Pidió hablar con el comandante pero éste no se
encontraba en el lugar. En su oficina estaba un guardia durmiendo la siesta,
arrullado por un televisor que transmitía un partido de fútbol. Despertado por
los gritos de Arnoldo José, el guardia se incorporó y empezó a hacer las mismas
preguntas.
Pero Arnoldo José lo que
necesitaba, por el amor de Dios, era que le dieran una custodia para ir a
recoger a su hermano. Tuvo que irse sin esa ayuda. Le esperaba una hora y
cuarto de trayecto desde Machiques hasta La Frontera. Una eternidad que
recorrió rogando porque Luis Elías estuviera vivo todavía.
LUIS ELÍAS MARTÍNEZ NACIÓ
EN MACHIQUES EL 27 DE NOVIEMBRE DE 1961. ERA EL MENOR DE CUATRO HERMANOS.
Estudió la primaria en el
colegio de las monjas de la congregación de El Pilar que está frente a la plaza
Bolívar de Machiques; y luego hizo el bachillerato en el liceo militar Monseñor
Jáuregui, en La Grita, donde había estudiado también Arnoldo José.
El jueves 15 de agosto, Luis Elías llegó a La Frontera hacia el mediodía.
Tenía pendiente la
reparación de un tractor de oruga que se encontraba a unos seis kilómetros del
patio de la finca. Poco antes de llegar al lugar donde se encontraba la
Caterpillar averiada, le pidió al trabajador que lo acompañaba que se apeara
para revisar si la semilla de pasto brachiaria que habían sembrado días antes
había germinado. Y siguió solo.
Luis Elías estaba sentado
ante los mandos de la máquina cuando llegaron los ocho hombres armados,
cubiertos con pasamontañas y calzando las típicas botas negras que deambulan
furtivas por la Sierra de Perijá y que todo el mundo sabe qué pasos acompañan.
Desde el primer momento
supo a lo que venían. Tanto él como su familia llevaban años recibiendo
mensajes de amenazas y extorsión firmados por la guerrilla colombiana. Y se
habían negado rotundamente a acceder a las peticiones de los violentos, como
los llama Arnoldo José.
Los recién llegados le
exigieron que se bajara del tractor y se fuera con ellos.
Pero cualquiera que
haya conocido a Luis Elías sabe que esto no iba a ocurrir. Tanto él como su
hermano han sido presidentes de la Asociación de Ganaderos de Machiques
(Gadema).
En su posición de
productores del campo y de dirigentes gremiales han sido intransigentes en el
trato con criminales; y habían presentado un informe a la Fiscalía General de
la República, así como a la FAN, donde daban cuenta de la persecución e
incluían fotografías de los criminales.
La determinación de no
ceder nunca a las presiones de los secuestradores había sido manifestada muchas
veces por los dos hermanos.
Luis Felipe Méndez,
ganadero y dirigente gremial, fue testigo de un diálogo entre los dos muchachos
Martínez en el que Arnoldo José, bromeando con un asunto que a ambos los traía
por la calle de la amargura, le dijo a Luis Elías: “Ve, que si te secuestran yo
pago el rescate con los cobres tuyos”. A lo que Luis Elías respondió:
“Por eso no te
preocupéis, que no vais a tener que pagar nada, porque esos carajos a mí no
llevan. Lo que sí te pido es que veáis de los muchachos”.
LUIS ELÍAS ESTABA CASADO
CON GIOVANNA TITTONEL, que, si la memoria no me juega malas pasadas, era una
muchachita rubia como una sueca, muy delicada y de finos modales, que esperaba
el transporte escolar paradita frente a su casa, con el uniforme pulcro y unas
trenzas adornadas con lazos.
Giovanna dice ahora que
esa mañana, la del jueves de los disparos y el solazo abatiéndose sobre un
hombre que se desangra, Luis Elías se despidió de ella y de sus tres hijos en
un ritual con visos de ser definitivo.
Esto no era excepcional,
en realidad solía hacerlo, porque en Machiques los productores del agro saben
cómo salen pero no cómo van a regresar ni cuándo… ni siquiera si habrán de
regresar por sus propios pies.
Eran una pareja muy
unida. Y Luis Elías, que era un padre de todas las horas, tenía mucho por qué
vivir.
Cuando los tipos armados
le gritaron que bajara del tractor, Luis Elías les dijo que si lo que querían
era cobres, se podían arreglar. Pero los hombres le hicieron saber que habían
venido a buscarlo.
—Ahí sí se pone la verga
difícil, porque yo no me voy –dijo Luis Elías.
Uno de los hombres se le abalanzó
con una cuerda para amarrarlo y recibió una trompada que lo derribó.
Entonces comenzaron los
disparos.
Los primeros apuntados a
los pies del ganadero. Puede ser que Luis Elías haya alcanzado a ver las cuatro
mulas que aguardaban algo alejadas del sitio de su martirio. Una para él y las
otras para los jefes de la operación. Entonces una bala atravesó su corazón.
CUANDO ARNOLDO JOSÉ LLEGÓ
A LA FRONTERA YA SE ENCONTRABAN ALLÍ VARIOS GANADEROS DE FINCAS VECINAS, que se
habían enterado de los hechos por radios que están en la misma frecuencia.
Desde luego, no había
ninguna autoridad, sus representantes llegarían con 16 horas de retraso.
Arnoldo José vio a su
hermano menor, su socio, su inseparable compañero, tendido en la tierra,
asediado por huestes de bachacos, en medio de un calor sofocante, y cogió el
radio para llamar a su padre.
—No hay nada que hacer,
papá, Luis Elías está muerto.
Gina Martínez Romero
estaba con su padre en la oficina cuando llegó el aviso. Dice que Arnoldo
Martínez cortó la comunicación y dijo: “Me mataron a mi muchacho. Mi muchachito
está muerto”.
Mientras el padre
entonaba este lamento, el hijo mayor envolvía a Luis Elías en una lona para
llevarlo al hospital de Machiques.
GINA ES PSICÓLOGA.
TAMBIÉN VIVE EN MACHIQUES.
Su hermano fue enterrado
el sábado y el domingo mandó a hacer una torta de cumpleaños para su sobrino
Luis Elías Martínez Tittonel, que cumplía 12 años de edad. “Tenemos que seguir
viviendo”, dice. “No nos vamos a llenar de odio y tampoco quiero que Luis Elías
sea visto como un héroe, sino como un perijanero que llevó hasta las últimas
consecuencias su decisión de vivir con dignidad y de defender lo que ha sido
nuestro por varias generaciones.
Cuando Luis Elías decide
que no va a caminar le está diciendo a la guerrilla que es dueño de su libertad
y que no va a traicionar sus valores.
Nosotros somos dueños de
nuestra vida y nuestro destino, y eso no nos lo van a quitar ni los
guerrilleros, ni los paramilitares ni el Gobierno.
Luis Elías peleó como un
león por su vida. Y, aun en medio de los disparos, les dijo: ‘No camino, hijos
de puta’ . Papá se consuela diciendo que murió como un macho.
Yo estoy orgullosa de que
no haya caminado y aseguro que nosotros tampoco caminaremos. Queda en manos de
la sociedad venezolana determinar si mi hermano será un muerto más de los
tantos que lloran las familias”.
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