Raúl De Armas López
Nos deleitamos en resaltar nuestra auténtica condición de ignacianos.
VICENTE CARRILLO-BATALLA L. | EL UNIVERSAL
El profundo dolor que atiza el tránsito a la eternidad de nuestros seres queridos es, aunque nos cueste aceptarlo, tan humano como la vida misma.
Habituarnos al silencio que se nos impone en este mundo tangible, es afanoso propósito. Igual caemos en cuenta que recordar a nuestros deudos, es la más sana y deseable forma de mantenerlos vivos.
Raúl De Armas López fue un hombre de recia estirpe, de espíritu público y generosa entrega a causas reivindicadoras de principios y valores sociales -como lo fue su ilustre abuelo, el general en Jefe y presidente de la República, Eleazar López Contreras-, de carácter afable en su trato con los demás, ingenioso, culto, seductor, siempre cordial y generoso, escrupuloso administrador de lo ajeno, oportuno y acertado en sus reacciones al sostener la verdad y apuntalar los intereses del gremio, siempre en equilibrio con el interés general.
Todo esto se conjugaba en él con singular armonía.
Nos conocimos hace muchos años, cuando Raúl consolidaba una posición respetable entre los ganaderos y yo apenas comenzaba a desenvolverme en la actividad, una pasión compartida por ambos y que vino a hermanarnos no solo en el goce y la defensa del campo venezolano, sino en la vida misma y particularmente en nuestro entorno familiar.
Con el paso de los años, se fue consolidando entre nosotros una amistad entrañable que superaba las diferencias de edad y cuyos cimientos fueron siempre el respeto mutuo y la práctica de valores compartidos.
Nos deleitamos en resaltar nuestra auténtica condición de ignacianos, un modo de ser acuñado en esa formación jesuítica que tanto nos identifica. Compartimos también un fervor casi místico por la caza y los toros, por el fútbol, una de sus grandes pasiones, desde que jugó una posición destacada en la Primera Categoría del Loyola.
Raúl fue siempre un entusiasta de los deportes al aire libre, un vigoroso defensor del juego limpio en pasatiempos dispensados de afán y de nostalgia.
Ante su prematura partida nos hemos ratificado, como lo hiciera Raúl en sus últimos días, en nuestra fe y esperanza. Raúl encontró gracia en sí mismo, se dejó ayudar como los viejos cristianos, se arriesgó en su hora final para seguir su marcha tras un sueño: esa Venezuela posible, que fue su ilusión de vida y a la que consagró tantos desvelos.
Su lucha doctrinaria y defensa de principios de justicia, libertad y democracia, siempre por encima de las pequeñeces de la política.
Esa fecunda existencia humana que nos conmueve y el privilegio de la fraterna amistad que nos unió en familia por tantos años, constituyen para mí una estampa de satisfacción y de legítimo orgullo.
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