JULIÁN CASTRO MARRERO
El ganado autóctono fue la simiente del rebaño
de lidia español. Constituyéndose
núcleos de rebaños de cría de reses con características de acometividad, en
determinadas zonas del país, y siguiendo una selección empírica, se formó la
columna vertebral de la anatomía de la raza, denominada como castas. Así
tenemos Casta Navarra, Castas Castellanas Jijona y Raso del Portillo y Casta
Cartujana de Andalucía.
Influyendo
la navarra en la constitución de las otras y del mismo modo las castellanas
sobre la formación del componente andaluz. Debiendo significarse que este
ultimo, a posteriori, es quien cubre genéticamente las ganaderías existentes en
el país, de tal modo que en la actualidad su influencia es sobre casi todo el
espectro ganadero existente de esta estirpe.
La evolución o proceso de desarrollo de la
raza de ganado de lidia se adelanta bajo condiciones sociales, culturales,
políticas y económicas cambiantes que influyen de forma directa en: su
concepción, valor de oportunidad, inversión de recursos, ubicación geográfica y
participación de clases sociales.
En el cortijo andaluz se llevaban de una forma
complementaria la agricultura y la cría de ganado. Aportando la ganadería la
fuerza de tracción, la producción de leche, carne, lana y pieles para el
mercado y autoconsumo e influenciando en la productividad agrícola de manera
importante al aportar el estiércol como abono a los suelos.
El trigo y los
garbanzos eran comercializados, y los granos y productos intermedios se
destinaban a la alimentación del ganado. Esta complementariedad era mayor en
las grandes propiedades que en las de
los pequeños productores. Debiendo acotarse que históricamente fue Andalucía
asiento de las grandes propiedades en España.
Son los Valles
del Guadalquivir el principal asiento de las actividades agrícolas y pecuarias
en Andalucía. Dándose la condición que para
adelantar la agricultura, en los
siglos XVII Y XVIII, era necesario contar con un buen rebaño bovino que
aportara los bueyes de tracción para la labranza de la tierra. Además de que su
orientación hacia la producción de carne ampliaba la fuente de ingresos.
Teniendo también estas explotaciones
ganado menor para diversificar la producción y el autoconsumo.
Los propietarios básicamente eran la nobleza,
el clero y los ayuntamientos, existiendo a su vez muchos terrenos baldíos,
ocupados preponderantemente para la cría de animales. No obstante los grandes
protagonistas de la evolución de la actividad agrícola y pecuaria fueron los
arrendatarios, que poseían la vocación del cultivo y la cría.
Estos posteriormente
se convierten en propietarios debido al proceso de la desamortización, hecho
ocurrido en el siglo XIX, y se constituyen nuevas propiedades y propietarios,
al invertir en la compra de tierras la burguesía urbana, y los antiguos
colonos, que trabajaban en base al arrendamiento, hasta esa época.
En lo que respecta al escenario y entorno
socio-económico y político que influyen en la transformación de la crianza del
ganado, están la demanda de carne para los mercados urbanos y los
requerimientos de bueyes para la agricultura que motivaban la existencia de
grandes rebaños bovinos, el proceso de desamortización que libera cientos de
miles de hectáreas de tierra, la modernización de la agricultura que desplaza a
tierras marginales la cría y la
necesidad de hacer más rentables a las explotaciones pecuarias.
La tierra pasa a ser un bien muy preciado y como consecuencia se
hace necesario aumentar su rentabilidad, se inicia la modernización y
mecanización de la agricultura, se utilizan los mejores suelos para el cultivo
y se lleva la cría a las tierras marginales.
El toro es desplazado de las
cuencas fluviales, vegas y valles fértiles hacia ecosistemas de baja
productividad agraria. Separándose, en la mayoría de los casos, esa conjunción
de las dos actividades de agricultura y cría en una sola propiedad.
Por otra parte, en lo que corresponde a la
cría del toro para festejos, además de las circunstancias descritas en párrafos
anteriores, también se ve influenciada por factores propios del ambiente
taurino. Citándose entre estos últimos la utilización de los toros por la
nobleza, la realización de festejos populares con juegos realizados corriendo
toros por las calles y la institucionalización del toreo a pie, que crea las
corridas de toros.
Luego, la inclusión de estas ultimas en las ferias realizadas
en fechas determinadas, cuya realización se respetaban y mantenían a través del
tiempo. Celebrándose de manera regular en cada localidad y en determinada fecha.
Así mismo, ciertas instituciones reciben licencias reales para celebrar
corridas como las maestranzas de Sevilla y Ronda y algunos hospitales.
Regularizándose así la demanda y motivando
la organización y desarrollo de una oferta.
Estos
hechos llevan a la construcción de las plazas, del mismo modo a reglamentar y normar los festejos, en
particular a las corridas, que exigen ciertas condiciones de los cornúpetas
para ser incluidos en esos eventos.
Crean una creciente demanda del toro, con
unas determinadas características para ser toreados, y en cantidades hasta
ahora no solicitadas, que de pronto se
hicieron necesarias para la realización de la fiesta, en los nuevos términos de
su organización e instrumentación, dentro de los usos y costumbres de la
sociedad de la época.
En un principio para la realización de los
festejos populares la comunidad se apoderaba
de ejemplares existentes en tropas particulares, también se utilizaban
reses de proveedores circunstanciales o provenían de los mataderos, al
considerar los ayuntamientos en las clausulas de arrendamiento de esos
establecimientos, la circunstancia de atender esa demanda comunitaria.
Como se colocó anteriormente, el surgimiento
del toreo a pié y la institucionalización de las corridas de toros son hechos
fundamentales que contribuyen en la
transformación y progreso de la cría del toro de lidia. La celebración de
corridas en recintos cerrados con un determinado ritual y donde había que pagar
para tener acceso, requería de ejemplares con determinadas características.
Es
esta, una coyuntura o momento socio-cultural que determina la selección, y como
consecuencia motiva el inicio de la especialización del criador, para obtener
ese producto requerido para la
realización de la fiesta.
En el siglo XIX, la necesidad de aumentar la
rentabilidad de la tierra, la complementariedad de la agricultura y la cría y
la presión hecha por una demanda creciente de toros para espectáculos taurinos,
da cabida a crear rebaños apartes orientados a la lidia.
Los ganaderos de lidia
nacen de los labradores, agricultores cerealeros, conventos y monasterios y grandes
arrendatarios. Que eran quienes disponían de los grandes rebaños.
Dentro de las órdenes religiosas propietarias
de ganado en Andalucía figuraban
Jesuitas, Mercedarios, Agustinos y Cartujos. La orden de los cartujos es
una orden contemplativa de la iglesia católica, fundada por San Bruno, en 1084.
Los monasterios de los cartujos son llamados cartujas, y ellos se dedican a una
vida de contemplación y oración. Son señalados los de Jerez de la frontera,
como pioneros en la cría y selección de ganado dedicado a atender los
requerimientos de los festejos taurinos.
Al cumplir los ganaderos con la Santa Madre
Iglesia, con el pago de los diezmos, que consistía en entregar la decima parte
de los nacimientos anuales a las instituciones religiosas señaladas en cada
zona, en las propiedades de frailes o
monjes se constituyeron grandes rebaños bovinos.
Cuyos ejemplares eran de muy
diversa procedencia, y en el seno de esa amalgama ellos tuvieron el acierto de
ir haciendo apartes y selección con el propósito de crear animales para la
lidia. Hasta incluso proveer de sementales a ciertos ganaderos andaluces,
particularmente a los gaditanos.
Además de los Cartujanos de Jerez, también
tuvieron esta dedicación Cartujanos de Sevilla, Compañía de Jesús de Sevilla,
Convento de San Isidoro de Sevilla, De la Santísima Trinidad de Carmona, Real
Convento de Santo Domingo de Jerez, Convento de San Jacinto de Sevilla,
Convento de San Agustín de Sevilla y San Basilio de Sevilla, entre otros.
En el siglo
XVIII, los conventos concentraban buena parte de la crianza de reses bravas en
Andalucía, pero los distintos períodos de desamortización, producidos a lo largo del siglo XIX, obligaron a
enajenar tanto fincas como propiedades ganaderas de las llamadas manos
muertas, es decir, las órdenes religiosas que no tributaban, así como les
prohibieron la obtención de nuevos
bienes. Asunto este que hizo que el ganado de los frailes terminara finalmente
en manos de los particulares.
Las ganaderías pasan a manos privadas, de la
nobleza y la aristocracia, que eran
quienes poseían para el momento grandes latifundios, necesarios para albergar y
criar este ganado. Dando pié a la constitución de ganaderías como las de Espinoza, Maestre, Ulloa, Ibaraburu, Becker y
Zapata, del mismo modo, posteriormente a
otras de mas proyección que se constituyeron en líneas genéticas y han sido
consideradas como raíces fundacionales como fueron Gallardo, Cabrera, Vázquez y
Vista Hermosa, además de otras de importante presencia, pero de menor
trascendencia en el futuro de la consolidación de la casta andaluza.
Dentro de los representantes de la iglesia,
que para aquellos momentos, participaron de forma particular, en la
constitución de las ganaderías andaluzas
de lidia, se pueden citar a: Pedro Manuel de Céspedes, canónigo de la Catedral
y Rector de la Universidad de Sevilla. Diego Hidalgo Barquero, presbítero de
Utrera. Marcelino Bernardo de Quiroz,
sacerdote de Rota. Antero López y Pedro de la Morena sacerdotes de Colmenar.
Los toros de los frailes eran fieros, grandes,
fuertes, de cornamenta desarrollada y variadas pintas por sus orígenes
diversos. Su comportamiento frecuente era de carácter bronco en varas, de
difícil manejo y de andar a la defensiva.
Una descripción de los toros de Don Vicente
Vázquez, recogida en la obra Trece Ganaderos Románticos, de Luis Fernández
Salcedo, reza “mezcla y combina el tamaño de los toros de Cabrera y aquellas
sus buenas hechuras, la dureza de patas, resistencia física, el poderío y la
malicia de los pupilos de Becker y la fiereza, nervio y celo de las reses del
Marques de Casa Ulloa; amen de otras cualidades menos destacadas que poseen
otras puntas de ganado adquiridas por él”.
Esta descripción es de mucha
utilidad para ubicarse en el material que manejaban los criadores, en esos
tiempos de finales del siglo XVIII e inicio del siglo XIX.
En la misma tónica anterior, y con el mismo
fin de ilustrar al respecto, veamos como se describen a los toros de
Vista-Hermosa: de constitución robusta y excelente trapío, de regular presencia,
finos de extremidades, cabeza pequeña y recogida. Son bravos, no obstante
tienen un temperamento, no presente en la mayoría de las otras ganaderías, que
es denominado como nobleza.
Sin doblez ni trampa, sencillos y claros de
embestida, permiten realizar las suertes y en el caballo se arrancan de lejos
con alegría, derriban menos y eso les
permite mostrar su clase.
En esos momentos, con esas experiencias, los
aficionados, ganaderos y toreros querían juntos a la bravura y la denominada
nobleza. Terminando Vista-Hermosa, a través de los años, influyendo genéticamente
a la gran mayoría de las ganaderías existentes en el planeta de los toros.
La
crianza se fue manteniendo respondiendo a exigencias y demandas influenciadas
por: el cambio de valores operados en el seno de la afición taurina,
preferencias de los toreros, reglamentación vigente en cada época y las
innovaciones tecnológicas.
En esa dinámica encontramos en el final del
siglo XIX e inicio del XX la predominancia de una lidia signada por la suerte
de matar que exigía un toro con edad, cuajo, poder y presencia. Posteriormente
entre 1899 y 1913, con la presencia de Guerrita, Joselito y Belmonte, en la
lidia, el dominio y la reducción de las distancias son introducidos, con
componentes de estética y plástica que van a constituir el torear como un arte.
Esta evolución precisó de un toro menos fiero, noble, sin querencias; y la
presencia con mucho poder disminuyó como consecuencia.
Los andaluces en el transcurrir del tiempo y
con una selección cada vez menos empírica, pero bañada de algunas
particularidades de cada ganadero,
fueron logrando criar y constituir un rebaño en sus ganaderías, que
expresa su concepción de la fiesta y manera de ser ante la vida, obteniendo un
producto que permite la realización de las suertes con lucimiento, cultivando
el arte de torear.
En la actualidad ese arduo trabajo permite
disponer de propiedades, entre otras, como las de: Isaías y Tulio Vázquez,
Álvaro Domecq, Samuel Flores, Pablo Romero, J.L. Osborne, Joaquín Buendía,
Fermín Bohórquez, Eduardo Miura, Dolores Aguirre y Carlos Núñez.
Andalucía es la comunidad que acoge mayor
número de ganaderías en España, un 40% de las existentes, ubicadas en las
riveras de los ríos, especialmente el Guadalquivir, destacándose por su
presencia las provincias de Sevilla, Jaén, Cádiz y Huelva. En esta Comunidad
existen 200 recintos taurinos, y en promedio se lidian 5000 toros y se realizan
1200 festejos taurinos por año.
Consultas
bibliográficas.-
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