La Semilla de La Discordia
Están prohibidos, pero se consumen. La paradoja de los transgénicos enfrenta la visión de agricultores con la del gobierno. Aunque la legislación vigente –a la espera de una discusión desde 2013– no permite que los siembren en el país por considerarlos dañinos, institutos científicos oficiales han hallado trazas de estos en alimentos que se consiguen en los anaqueles. Por eso, productores del campo consideran que se pierde la oportunidad de aprovechar el desarrollo tecnológico a partir del cultivo de semillas genéticamente modificadas cuando hoy en día se importan de Brasil, Estados Unidos y Argentina rubros obtenidos de esta forma, que no son etiquetados y el consumidor venezolano ni se entera.
KATIUSKA HERNÁNDEZ/ el nacional
En Guárico la prolongada sequía de este año hizo que apenas se lograra
sembrar 75.000 hectáreas, la mitad de las disponibles en ese estado
llanero.
La dificultad para regar los cultivos generó la pérdida de miles de
cosechas de maíz y otros rubros agrícolas en varias regiones del país.
Perder la siembra significa una crisis económica y social para muchos
productores y campesinos que dependen de la actividad.
Habrá que refinanciar o reestructurar los créditos, volver a solicitar
insumos y conseguir semillas.
Es una carrera contrarreloj que no tiene al clima
como mejor aliado.
Semillas de maíz resistentes a la sequía, a las malezas y a las plagas
forman parte del portafolio biotecnológico disponible para el uso del área
agrícola, gracias al desarrollo de la ingeniería genética en buena parte del
mundo.
Sin embargo, en Venezuela el asunto de los transgénicos aún está vetado
y es controversial.
Los productores apoyan que se comience a debatir su uso,
mientras que el gobierno se niega a permitir estos cultivos por considerarlos
potencialmente perjudiciales para la salud y una amenaza a la cultura del
pequeño agricultor que lo hará dependiente de grandes corporaciones.
El desarrollo biotecnológico ha mejorado la resistencia de semillas
tras el estudio de su ADN y la transferencia de este entre organismos.
Maíz, soya, remolacha, algodón y lechosa son los cultivos más comunes a los que
se les aplica este avance en el mundo.
Movimientos sociales señalan que
consumirlos puede producir cáncer y diabetes, además de los riesgos que
representa para el medio ambiente y la biodiversidad; sus defensores alegan que
no hay pruebas que demuestren que sean dañinos para la salud.
La realidad es que su cultivo crece en América, Asia y África, y en
algunos países en los que está penalizado se busca permitirlos.
El presidente
de Ecuador, Rafael Correa, declaró hace poco que la prohibición del uso de esta
tecnología en su país es un error que hay que enmendar.
Solo entre Argentina y
Brasil suman 65 millones de hectáreas de esos cultivos.
En la Unión Europea hay
severas restricciones, aunque cada país tiene la potestad de decidir
unilateralmente su uso.
Recientemente Italia y Francia, donde el consumo de
productos orgánicos y con denominación de origen es cada vez más valorado, han
prohibido la utilización del maíz modificado que se permite en la eurozona.
En
España y Portugal, en cambio, sí está permitido.
A pesar de las consideraciones gubernamentales, la venezolana es una
economía de puerto y sus vecinos de Mercosur tienen una potente industria
biotecnológica de exportación.
Por ejemplo, de acuerdo con la Asociación
Venezolana de Cultivadores de Palma Aceitera, 80% de las oleaginosas que se
consumen en el país son importadas; entre ellas están los aceites crudos de
soya, girasol y maíz, en su mayoría elaborados a partir de modificaciones
genéticas.
Entonces no es de extrañar que estudios del propio Ministerio de
Ciencia y Tecnología hayan detectado desde hace varios años la presencia de
transgénicos en alimentos consumidos usualmente sin que lo informe la etiqueta.
Una resolución emitida en 1997 por el gobierno de Rafael Caldera prohíbe
la manipulación, comercialización y uso de transgénicos hasta que el país tenga
un marco regulatorio sobre la materia.
Una década después, en 2007, se creó la Comisión Nacional de
Bioseguridad para asesorar sobre el uso, manipulación, permisos y otros asuntos
relacionados con los transgénicos.
La integraban representantes de los
ministerios del Ambiente, Agricultura y Tierras, Industria, Comercio, Ciencia y
Tecnología y Salud, además de académicos, universidades, agroquímicos,
farmacéuticos, pequeños y medianos agricultores y asociaciones de consumidores.
Pero esta comisión está congelada y nunca más se ha vuelto a convocar.
Solo se
reunió tres veces ese año, cuando se trató la normativa de
funcionamiento.
En 2013 fue presentado en la Asamblea Nacional un proyecto de ley de
semillas que proponía mantener la prohibición del uso de transgénicos.
El texto
no fue aprobado y el Ejecutivo ordenó revisarlo.
El diputado del PSUV por
Guárico José Ureña, coordinador de la Subcomisión de Desarrollo
Agroalimentario, quien presentó el documento, ha insistido en que debe ser
debatido este año en el Parlamento.
El artículo 5 establece: “Queda prohibida
la producción, importación, comercialización, distribución y uso de semillas
transgénicas”.
Se importan
Ese aceite, aquellas galletas, el cereal infantil; las cotufas de la
película del domingo.
Sin saberlo, cualquiera que haga mercado estaría llevando
a su despensa alimentos hechos a base de transgénicos importados.
La Fundación
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), adscrita al Ministerio de Ciencia,
Tecnología e Innovación, ha investigado en varias oportunidades si hay
hallazgos de material genéticamente modificado en alimentos procesados y en
semillas agrícolas.
El especialista en genómica y proteínica Iván Galindo, coordinador del
laboratorio de IDEA, indica que como parte de un trabajo de grado de 2013 se
tomaron muestras de semillas comerciales de soya y maíz.
“Se aplicaron pruebas
internacionales del ADN a semillas comerciales y se determinó la presencia de
transgénicos.
No se hizo una trazabilidad, pero el resultado fue positivo”,
dijo.
El experto del IDEA señaló que en 2008 se realizó un estudio en
alimentos procesados que se distribuían en anaqueles de supermercados de la
Gran Caracas.
“Como no había una ley que obligara a etiquetar los productos e
identificar si fueron procesados con rubros transgénicos, se hizo una revisión
de esos alimentos y efectivamente se consiguió que algunos tenían
presencia de material genéticamente modificado”.
Uno de ellos es la leche
de soya. “Es el transgénico más comercializado en el mundo. 95% de su cultivo
es con organismos modificados genéticamente”.
De una muestra de 52 productos
procesados que se examinaron –la mayoría importados y derivados de soya y
maíz–, 35% contenía material transgénico.
A pesar de los hallazgos, Yván Gil, ministro de Agricultura y Tierras,
negó que al país ingresen transgénicos y señaló que son cultivos cuestionables:
“Vemos cómo la Unión Europea y China están poniendo alertas sobre los
organismos genéticamente modificados para prohibir su consumo.
En países
desarrollados solo está autorizado para el consumo animal, que luego llegará a
los humanos porque aún hay un desconocimiento de los efectos reales sobre las
personas”.
La presidente del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas,
Tatiana Pugh, indicó este año en una nota de prensa que en Venezuela no
se producen ni se permite la entrada de transgénicos: “Sabemos que las
compañías trasnacionales han introducido la tecnología de los transgénicos en
otros países.
Nosotros estamos apostando por el conocimiento popular”.
A la
espera de que se abra este mercado, en el país ya están establecidas desde hace
años las grandes compañías que comercializan esta tecnología.
Entretanto, son
proveedores de semillas y agroquímicos.
Galindo considera que los resultados de sus análisis son una evidencia
de que en Venezuela se debe debatir este tema desde el punto de vista técnico y
de normativa de control.
“No podemos decir a la ligera que todos los
transgénicos son buenos o malos, el problema es que es una tecnología muy
poderosa que debe utilizarse en países como el nuestro que cuentan con un gran
potencial de biodiversidad y que además tiene problemas particulares con la
disponibilidad de alimentos.
No podemos seguir esperando que se importen
alimentos que sí lo son y no hacer nada por reglamentarlo, para desarrollar
nuestra propia tecnología y controlarla.
Vamos a estar ahogados de productos
transgénicos en varios años como le sucedió a Brasil, y fue precisamente eso lo
que empujó a adoptar estos cultivos, con lo que pasó a ser una potencia en esta
materia”.
El ministro Gil reconoció el atraso tecnológico de Venezuela en el área
agrícola y no negó la posibilidad de abrir una discusión amplia.
“Detrás de la
biotecnología y de los organismos genéticamente modificados también hay un
interés económico y comercial y quizás eso priva sobre la situación de la
seguridad alimentaria.
Pero bueno, es un debate que hay que dar y no estamos
negados a hacerlo”, dijo.
Este tema ha hecho ruido desde hace más de una década.
En 2006 Lorna
Haynes, de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América
Latina, escribía en el portal aporrea.org sobre los hallazgos del IDEA y
señalaba que su organización había entregado en 2002 denuncias de este tipo a
la Fiscalía General de la República sin que se restringiera la entrada de estos
productos.
“Muchos de los alimentos para bebés contienen soya, a pesar de las
advertencias científicas acerca de las propiedades antinutricionales de ese
producto, así no sea transgénico”, indicó Ramón Elías Bolotín, vicepresidente
de Fedeagro, también lo comenta.
“Los transgénicos vienen en la harina de soya
y en el aceite crudo de soya que se importa de Argentina, Bolivia y Estados
Unidos.
Incluso en el maíz amarillo que se compra a Estados Unidos y a
Argentina para procesar alimentos balanceados para animales”.
Agrega una petición:
“Si son buenos, como lo han demostrado 18 años, de consumo en el país, con
rubros importados, ¿por qué no permitir que los agricultores los aprovechen?
Ahora, en caso de que sean malos, que no se permitan entonces las
importaciones”.
En Venezuela se consumen 4 millones de toneladas de maíz amarillo de los
cuales 85% es importado, según el Circuito de Alimentos Balanceados para
Animales.
Desinformación
El activista de derechos humanos Rafael Uzcátegui, miembro de Provea,
suscribe muchas de las advertencias del movimiento ecologista internacional
acerca de la necesidad de etiquetar los alimentos que tienen componentes
modificados genéticamente.
“Hay mucha preocupación sobre los efectos en la
salud, y de esta manera la población estaría enterada y puede decidir si los
compra”, expresó.
Los colectivos sociales también exigen al gobierno que informe sobre el
consumo de productos genéticamente modificados.
“Hay negociaciones con semillas
transgénicas descaradamente y con productos alimenticios para niños que los
tienen.
El Instituto Nacional de Nutrición debe publicar una lista de los
productos que los contienen”, denuncia Robzayda Marcos, activista del proyecto
comunicacional popular Guarura.
Su compañero Juan Carlos La Rosa afirma que el
país está inundado de transgénicos: “Todo lo que consumimos está plagado.
Por
un lado se tiene un discurso antitransgénicos y, por el otro, el propio
gobierno hace negocios con empresas que los producen”.
La desinformación puede tener consecuencias no solo en la mesa del
venezolano, sino también en el campo y en la supervivencia de la semilla
autóctona.
“Hay alertas que indican que las semillas transgénicas son costosas
y promoverían una dependencia de los campesinos hacia determinadas compañías
que suministran el producto.
Esto puede afectar la política de soberanía
agroalimentaria del país”, manifestó Uzcátegui. Antonio Pestana, presidente de
Fedeagro, insiste en que es momento de apartar la política y analizar el tema
más fríamente: “52% de las áreas de cultivos genéticamente modificados en el
mundo son de pequeños agricultores.
Estamos cometiendo un grave error al
negarle al país la posibilidad de debatir sobre el uso de transgénicos.
Hay
estudios que señalan que están contribuyendo a mejorar la agricultura y ayudar
a países que tienen problemas como el hambre.
Nuestra petición es que se
analice el tema y se abra el debate científico técnico sobre los transgénicos”,
aseguró.
En tiempos de escasez, sequía y captahuellas para comprar comida la
discusión está servida.
La experiencia de Brasil
Para el ex ministro de Agricultura de Brasil y premio mundial de la
Alimentación 2006, Alyson Paulinelli, el uso de transgénicos debe estar
acompañado de una legislación que contemple una importante fiscalización y
acompañamiento para evitar que se comentan errores con la aplicación de
biotecnología y los cultivos genéticamente modificados.
Señala que en Brasil se alimenta a millones de pollos y aves, además de
ganado y otros animales para consumo humano, con cultivos transgénicos.
Expresó
que Brasil, que hoy en día es el segundo país en el uso de cultivos
transgénicos en términos de hectáreas sembradas, perdió cerca de nueve años en discusiones
que le hicieron daño a la agricultura.
“En Venezuela hay una discusión
ideológica sobre los transgénicos que está fuera del tema científico y
técnico”, dijo.
Cifras
27 países plantaron cultivos transgénicos en 2013, según el
Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones
Agro-biotecnológicas.
18 millones de agricultores en el mundo se
sumaron al uso de alimentos modificados el año pasado.
1.600 millones es la superficie del cultivo de
transgénicos en el mundo.
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