En Zulia reinan pactos silentes con la guerrilla
El “comandante Salvador” cruzó puntual el pórtico de la casa
principal de la finca aquella tarde de agosto de 2013.
Lucía su uniforme verde oliva de gala y, amarrada a su brazo
derecho, portaba una bandana tricolor sin estrellas. Su barba, acicalada. Sus
botas plásticas de campaña, llenas de barro seco.
Un fusil AK de largo alcance le cruzaba el pecho. Sus acompañantes,
también armados y ataviados con motivo militar, le escoltaban a 50 metros de
distancia, entre el pasto de aquellas tierras de Machiques, al pie de monte de
la Sierra de Perijá.
Acudieron
con traje de batalla a una cita previamente acordada por teléfono.
El líder insurgente sonrió y extendió la mano
para saludar con cortesía a Nolberto, el tercer dueño generacional
de la hacienda, quien le aguardaba bajo el dintel de la puerta.
—“Muy buenas
tardes, camarada. Gracias por atendernos”, le espetó con la civilidad propia de
un diplomático de mil guerras.
Sus palabras bailaban con la melodía de un
acento colombiano.
Nolberto le recibió con
educación, pero en su fuero interno ardía de rabia.
Por primera vez en
décadas, su familia se vio forzada a atender las demandas de un grupo de
guerrilleros dentro de sus 200 y tantas hectáreas de tierras productivas.
No
pudo dilatar más las insistentes llamadas de los emisarios.
No supo ya cómo
evitar las presiones de un frente de las FARC que le hacía llegar mensajes a
través de terceros para rogarle un aporte a la supervivencia de sus miembros.
El
ganadero, nacido en Maracaibo, le tenía tirria a todo lo que oliera a
insurgencia.
Años atrás un grupo guerrillero se alió con el hampa común para
secuestrar en Maracaibo a su padre, quien por 60 días estuvo cautivo entre
caseríos perijaneros hasta que un pago millonario le devolvió la libertad.
Si
hubiese tenido opción, jamás un irregular hubiese puesto un pie en sus
aposentos.
Sus vecinos le habían recomendado ceder a la “invitación” antes de
padecer robos y plagios.
Ambos,
hacendado y guerrillero, se sentaron a conversar.
La plática duró apenas
minutos. El “comandante” no habló de las elecciones recién ganadas por Nicolás
Maduro o de la ofensiva imparable de Miguel Cabrera en las Mayores.
Tampoco le
interesaba el escándalo aún fresco del ex analista de la CIA, Edward Snowden,
ni la inflación de 50% en el dólar paralelo en Venezuela.
Fue al grano, siempre
en buena lid, sin amenazas veladas: él y sus combatientes necesitaban de una “colaboración”
mensual de combustible y dinero en efectivo para sus combatientes. ¿El pago?
Seguridad, tranquilidad.
—“Acá
no le va a pasar nada. Nadie se va a meter ni con usted, ni con los suyos o su
propiedad. Para eso estamos”.
Nolberto
negoció, sagaz, hasta reducir la cuota. Al final, accedió a pagar una mensualidad módica de bienes.
El encuentro culminó con otro estrechón de manos antes de que “el comandante
Salvador” y sus espartanos colombianos se perdieran en los caminos selváticos
de Machiques.
En
solo 10 minutos, el ganadero se
sumó a las decenas de productores de la zona que han fraguado acuerdos con la
guerrilla.
Hoy lo revela a la prensa con la única condición de
que se protejan sus nombres verdaderos.
Durmió con el enemigo durante dos años
antes de vender su hacienda a regañadientes a otro productor.
Anomalía clandestina
Jesús
Iragorry, productor del Sur del Lago y presidente de la Federación de ganaderos
de esa zona (Fegalago) entre 2008 y 2011, certifica la presencia guerrillera no
solo en Machiques, sino en todos los municipios que comparten frontera con
Colombia.
“Esa presencia es evidente desde
La Guajira hasta los márgenes con el estado Táchira, por Catatumbo. Esto no es
nuevo, solo que desde 1999 se ha agravado.
Esta existencia ha presentado múltiples
problemas de seguridad a las unidades de producción de la frontera, que
principalmente son ncas y haciendas”.
Como
líder gremial, ha escuchado decenas de testimonios como el de Nolberto.
“Uniformados de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional andan de forma
abierta por todas las zonas. Hace algunos años solo estaban en los márgenes de
la carretera Machiques-Colón, pero ahora no.
Ellos extorsionan hasta por las
buenas, pero detrás de sus palabras hay secuestros, robo de ganado, asesinatos,
torturas, extorsiones”.
Los
ganaderos de tierras productivas, como Machiques, Rosario de Perijá, Colón,
Catatumbo, Jesús María Semprún y La Concepción, cuentan que en ocasiones se
topan más a menudo con guerrilleros que con militares venezolanos.
A
los productores les aterra declarar. Ha ocurrido que alguno se envalentona para
acusar su presencia y actuación en tierras venezolanas ante instancias
oficiales, para luego recibir una llamada casi inmediata con un vocero que en
tono amenazante les advierte la hora y el lugar donde presentaron sus reclamos
en contra de los guerrilleros.
Iragorry
atribuye la inmunidad de los combatientes colombianos a decisiones de Estado,
provenientes de Caracas.
La
frecuencia de los secuestros ha ido en picada en Zulia desde 2010: ese año hubo
73 plagios; en 2011, 32; en 2012 se registraron 23; en 2013 hubo 13; en 2014
solo se conoció de tres secuestros; en 2015 apenas se supo de un caso, según
reportes de los despachos militares de la región y la Secretaría de Seguridad y
Orden Público.
Los
agremiados, como Iragorry, admiten la normalización de la relación
ganaderos-guerrilleros. Reconocen que esos pactos son la génesis de la
extinción de los secuestros.
“Los
ganaderos han tenido la necesidad de ponerse de acuerdo con la guerrilla. Hay
quienes dicen que les va mejor en cuanto a seguridad que con la Fuerza Armada”,
lamenta Iragorry. Es una anomalía en la clandestinidad.
Reinado de insurrectos
Entre
2008 y 2012 hubo una efervescencia de denuncias o ciales contra la presencia de
la guerrilla colombiana en Zulia.
Eran los tiempos en que el opositor
Pablo Pérez gobernaba el Palacio de los Cóndores y los detractores de Hugo
Chávez controlaban la mayoría absoluta del Consejo Legislativo.
En esa
instancia parlamentaria resaltó un vocero que clamaba con verbo estridente
contra Miraflores por el flagelo insurgente.
Eliseo
Fermín, presidente del CLEZ y dirigente de Un Nuevo Tiempo, acumuló decenas de
denuncias de ganaderos y civiles de los municipios fronterizos en una
investigación que elevó con éxito al pleno legislativo.
En estas horas, cuando
el Psuv domina el parlamentarismo local, sus reclamos se confinan a
intervenciones en los pocos espacios independientes de televisión y prensa
escrita que perduran.
“La
guerrilla permanece en el estado Zulia, incluso en condiciones superiores a la
época de 2008-2012”, jura Fermín, formado en las bases adecas durante su
juventud.
En
aquellos tiempos las denuncias eran tan estridentes que el gobierno del
presidente Álvaro Uribe Vélez incluso las elevó al Consejo Permanente de la
OEA.
Allí su embajador, Luis Alfonso Hoyos, acusó a la administración Chávez de
dar asilo a la guerrilla en especie de santuarios.
Hubo tal tensión entre ambos
despachos que se rozó, al menos con el verbo, la posibilidad de una guerra
binacional.
El
proceso de paz iniciado en Colombia con el nuevo gobierno de Juan Manuel Santos
alivió las tensiones internas, pero estados venezolanos como Zulia no han
gozado de efecto diplomático alguno para frenar la acción guerrillera.
El
legislador de la MUD atribuye el agravamiento de la situación en la región a la
delimitación de zonas indígenas que el Gobierno nacional inició en 2011.
Ese
año, el Ejecutivo se jactó de la recuperación de 300.000 hectáreas para los
pueblos barí, añú, motilón y yukpa. La mayoría de esas tierras eran privadas y
productivas
“Se concretó un corredor para la
guerrilla en Machiques, Jesús María Semprún y Rosario de Perijá.
Con la
delimitación indígena bajaron a los ganaderos de la Sierra y dejaron una zona
exclusiva con la excusa de que era para los indígenas. En esa zona no hay ley”.
Los
indígenas de la Sierra han negado frecuentemente que compartan su mesa
ideológica con la guerrilla.
Lo dejaron en claro, por ejemplo, en un acta
firmada en 2008 por los 25 caciques de las comunidades yukpas de la cuenca del
río Tukuko.
En esa misiva negaron que hayan entregado sus insumos y tierras a
la guerrilla de las FARC.
Fermín,
no obstante el desmentido del Gobierno y los aborígenes, califica de
“libertinaje” lo que ocurre en las zonas perijaneras, Páez (Guajira), Mara,
Colón, Francisco Javier Pulgar, La Concepción y La Cañada.
El
zuliano, así, sufre en los suburbios el efecto del modus operandi guerrillero
sin la necesidad de que se le pare enfrente un comandante con botas y fusil.
Insurrección inoculada a control remoto.
Pacto entre trasnochos
No
habrá autoridad militar o gubernamental que convenza a Alfonso “Toto” Márquez,
alcalde de Machiques, de que es un mito la presencia guerrillera en Venezuela.
Él mismo ha debido atender a emisarios del ELN y las FARC en lugares neutrales.
En alguna oportunidad alguno de ellos llega a su despacho como si se tratase de
un ciudadano común. “Eso se ha hecho bastante cotidiano”, acota.
Rebeldes
de las FARC secuestraron a su hermano en 1998.
En estos años le ha tocado
atenderlos con peor recelo. Una de las últimas veces que se vio con ellos fue
en diciembre del año pasado.
A una facción del ELN, con influencia en sectores
perijaneros con decenas de centros electorales, le exigió que no se
inmiscuyeran en el proceso parlamentario. Le dieron su palabra que no lo harían.
Antes existían de manera
clandestina, pero ahora hay un pacto. Ellos andan uniformados por todo esto.
Los ves, todo el mundo los ve, menos el Ejército. ¿Cómo un país que dice ser
democrático ofrece su tierra como asilo a quienes aún delinquen?
Ha habido el
compromiso de que no se secuestre en el país”, se contesta a sí mismo el
dirigente municipal.
Su
experiencia con los grupos guerrilleros le ha permitido hallar diferencias
entre ellos: las FARC se distinguen del ELN porque se comportan como incondicionales
a los lineamientos de sus representantes en la mesa de negociación en La
Habana, Cuba.
Los otros, no obstante, se han tornado más violentos para
demostrar al gobierno de Juan Manuel Santos su poder e influencia antes de
negociar.
Considera
que es un error histórico pactar con grupos insurgentes.
Los ve como abogados
del diablo, que roban y prometen seguridad en cuotas iguales.
El alcalde
extendió la denuncia a la jefatura militar de la zona número 4, creada en el
decreto del cierre fronterizo en septiembre pasado. La respuesta fue ineficaz.
Hace
votos porque la guerrilla abandone Venezuela.
Sostiene que un país no puede
albergar a grupos irregulares, menos cuando son heredados.
Esas licencias, a su
parecer, han creado distorsiones.
“Hay zonas donde el Ejército no puede entrar
porque los indígenas se los prohíben”.
El
insurgente colombiano deambula así por monte y asfalto en Zulia.
Su influencia
se vigoriza. Ha penetrado por igual comunidades de indígenas y ‘alijunas’.
Testimonios de locales dan cuenta de su control sobre zonas de El Laberinto o
Tukuko, con un poder que no haya límites en diplomáticos de La Habana, Bogotá o
Caracas.
Hoy, a diferencia de 1998, se siente inmune al llamar a puertas de fincas ajenas.
Estrecha manos a su antojo, con libertad, para cerrar pactos
nacidos del temor y de trasnochos ideológicos.
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