“La solución no es una bolsa de comida sino que los productos estén en los supermercados”
María Ramírez Cabello Correo del Caroni
En el Mercal de 25 de Marzo, en el corazón popular de San Félix, solo había galletas y velas el martes.
No había colas. No había bullicio. No había nadie ni asomado, ni esperando, ni queriendo entrar porque solo había dos rubros y ocho trabajadores sentados, sin más que hacer que ver sus caras.
Al frente, en una venta de empanadas cuyo frente da al Mercal, cuentan que vivir a 10 pasos del establecimiento de la red estatal no garantiza el suministro de alimentos. Jacqueline Reyes tiene 13 años vendiendo empanadas y asegura que están en peligro de extinción.
Ya no prepara de carne porque roza la tercera parte de un salario mínimo, y los rellenos de queso, pollo y pescado están en la cuerda floja en la medida que pasan los días.
“Yo no había vivido una situación así”, asevera la mujer, quien señala que vivir frente al Mercal no significa nada, pues justo ahora la nevera lo que tiene es agua.
Como ellas, en toda Ciudad Guayana y el país, comer se ha vuelto una tarea complicada, porque el dinero no alcanza y los alimentos no se consiguen ni en las redes privadas ni en las estatales.
En la presentación de su informe anual 2015, el Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea) resaltó que la profundización del deterioro de la calidad de vida de los venezolanos que se manifiesta cotidianamente en la escasez extrema de alimentos y medicinas, así como en la inflación más alta del mundo, son los signos distintivos de la situación de los derechos humanos en Venezuela.
“Con el presidente Maduro la pobreza y la inflación han alcanzado niveles históricos, a tal punto que Provea ha caracterizado a su gobierno como una gran fábrica de pobreza y exclusión social”, destacan.
Cuatro amas de casa de la ciudad cuentan qué han eliminado y qué hacen a diario para hacer que el dinero rinda y la comida no falte en casa.
Son los rostros del retroceso social y de la violación de derechos fundamentales.
“Ahora hago arepas de plátano y auyama”
Odalys Mariño reside en Core 8 y asegura que por la falta de harina de maíz precocida ha tenido que aprender a elaborarlas de plátano y auyama; ha tenido que eliminar de forma obligada el consumo de harina de trigo y embutidos, en el último caso por la inflación que hace que una liviana bandejita de queso o jamón supere los mil bolívares.
“Cuando compro embutidos es un poquito para los muchachos y si consigo harina integral aprovecho de prepararles algo”, cuenta.
“La situación cada día es más difícil y a la semana se gastan no menos de 20 mil bolívares solo en comida”, añade.
Cubrir el gasto no es sencillo, sostiene, pues sobreviven con el ingreso de su hijo que trabaja en un autolavado y lo que entra de una pequeña quincalla que tienen. Su esposo, por ahora, está desempleado.
“Si no hago cola, no consigo nada”
Carolina Boscán duerme dos días a la semana fuera de casa para asegurarse un puesto en la cola del siguiente día en el Mercal del centro de San Félix y en los establecimientos chinos cercanos.
“Si no hago colas, no consigo nada, así que me vengo de miércoles para jueves para comprar en Mercal y de jueves para viernes al centro porque si vienes a las 6:00 de la mañana del mismo día ya hay como mil personas”.
La estrategia que emplea para ganar algo es revender alguno de los productos que compra, “eso lo hago a veces”.
¿Qué ha dejado de hacer por la escasez y qué extraña?
“El espagueti con carne molida lo dejamos de hacer por lo caro y porque no tengo ni mayonesa ni salsa de tomate.
Ya no compro sardina en lata porque sale muy cara y en la casa casi no se hace arroz”, sostiene.
“Para comer carne tengo que comprar una empanada”
Deisy Rodríguez ha contado con la fortuna en los últimos tiempos de criar pollos para la propia alimentación familiar que, asegura, acompaña con verduras y maíz pilado.
“No estarán bien alimentados esos pollos pero por lo menos aprovechamos para comer; pero carne no comemos, para poder comer carne tengo que comprar una empanada”.
La mujer tiene tres niños, de 7 y 5 años y uno de 2 meses. “Al pequeñito le damos fororo (…) a ellos tratamos de darles todo, pero los adultos sí hemos eliminado el desayuno y parte del almuerzo”.
Entretanto, la venta de bolsas de comida por parte de los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP) no le ha tocado la puerta en el sector 5 de Julio.
“Hemos dejado de consumir frutas”
Josefina de Pérez sale del mercado con su bolsa ecológica en brazos.
Solo allí, señala, se le ha ido más de la tercera parte de su pensión.
En su casa, indica, han dejado de consumir frutas como piña, lechosa y guayaba; así como las verduras por el alza.
“La leche no la consumimos porque no la conseguimos, igual el azúcar y harina PAN solo cuando llega, hace días no compro pollo y carne, la situación está demás de crítica”.
En el sector Los Alacranes, en donde vive, asegura que no ha llegado la distribución de alimentos del CLAP.
“Nos ofrecieron unas bolsas y no han llegado todavía, pero eso no es solución, la solución es que estén los alimentos en el supermercado; uno no va a estar haciendo cola a ver si lo matan”, apunta.
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